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Personaje archiconocido, icónico e imitado desde que irrumpiera, y de que forma, en la cinta 'Instinto Básico' del holandés Paul Verhoeven, que supo darle la narración, puesta en escena y una realización de lo más brillante de su carrera. Un thriller de alta carga erótica que dio mucho que hablar y que contiene a una de las villanas más fascinantes del cine: Catherine Tramell.
Una mujer bella, sensual, atractiva, inteligente y peligrosamente manipuladora que logra desquiciar a los que le rodean, en especial al género masculino, que no puede si no rendirse ante su presencia, como así hace el detective Nick Curran. Al igual que emana fascinación a sus antagonistas con su sola mirada, es capaz de hacer sentir al espectador que está invetiblamente atrapado por las redes de su maquiavélica pero atrayente conjura con el mal.
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Partiendo de un guión algo tramposo y, por momentos, previsible pero a la vez tremendamente eficaz de Joe Eszterhas, Verhoeven construye un thriller redondo, con un ritmo endiablado y en el que su protagonista, la inolvidable Catherine Tramell logra que todas las miradas y pesquisas policiales se centren ella. De su interpretación se encargó una soberbia Sharon Stone, que logra desprender un magnetismo único en cada aparición y, en especial, en las escenas más tórridas, donde da rienda suelta a sus armas de seducción al servicio de sus ocultos y oscuros intereses criminales.
Pocas veces ver a una bomba sexual en plena acción ha provocado mayor tensión, en una acumulación de sentimientos de emoción, excitación y miedo. Catherine Tramell exhibe un dominio del arte de la seducción, pero también de agudas dosis de psicología en cada diálogo, logrando la mencionada manipulación del detective Curran y del resto de detectives, que acaban subyugados por su atrevida y explícita sensualidad.
Tramell no necesita más que mirar a los ojos y con un simple gesto se posiciona como dominante de cada una de las situaciones. La más conocida escena me sirve de claro ejemplo. Ese interrogatorio pepretrado por la plana mayor del departamento de policía, que pondría en un brete a más de un avezado asesino, acaba convirtiéndose en un despliegue hipnótico de Tramell, con el más famoso cruce de piernas de la historia del cine.
Una mujer fatal, ambigua, sugerente, capaz de seducir y estar varios pasos por delante de sus víctimas, capaz de manejar un picahielos sin asustar y capaz de manejar un diálogo para desnudarte psicológicamente.
Tramell protagoniza algunas memorables escenas. Casi cada una de sus apariciones son para recordar, pero me quedaría especialmente con el arranque de la película. Con una escena simple, pero muy bien realizada, aparte de su excelente fotografía y la inspirada banda sonora (del gran Jerry Goldsmith), nos pone a tono. Enseña todas la cartas y resume, en unos explícitos (y censurados en EEUU) minutos lo que nos va a deparar la historia. Precisamente, ese juego ambiguo de no reconocer a su protagonista femenina es uno de los principales atractivos y será, a la postre, la clave de toda la historia. ¿Quién esa rubia peligrosa? No se puede empezar mejor.
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Y también, como no, ese famoso interrogatorio, quizás demasiado conocido y parodiado hasta la extenuación, pero que cuando la vi por primera vez (repetí en cine y numerosas ocasiones en VHS), logró cautivarme, amén de elevar aún más la cálida temperatura de la cinta, logrando que me acabara rindiendo ante el poderío intelectual y hábil de Tramell para manejar a ese puñado de detectives, supuestamente efectivos, pero claros ejemplos de la debilidad masculina a merced de una belleza inteligente.
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Por último, ese baile de seducción que se marca Catherine en la discoteca ante la mirada fascinada de Curran. Roces, juegos lésbicos en la rítmica y atrapante atmósfera de la sala de baile, maravillosamente rodada y editada. Asistimos, nuevamente, al alarde de las poderosas armas de Tramell. En esta ocasión, sin intercambio de frases, sino de miradas lascivas, que hacen bueno el título de la cinta. Verdadero estímulo de los instintos más básicos.
Con el alto aprecio que me quedó de Tramell, es una lástima, ver para lo que quedó en la prescindible y desfasada secuela, mero vehículo de exhibición de una más madura Sharon Stone, pero sin un ápice del magnetismo desprendido en la obra de Verhoeven de 1992.
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